miércoles, 16 de febrero de 2011

Ejemplo de microrrelato, a partir de una foto.


El próximo retrato
Mr Howards se había reunido pocas horas antes con su colega, el doctor Madison. Había sido una de esas conversaciones en las que las palabras ya estaban pactadas de antemano al poco de iniciarse el diálogo, pues todo eran aseveraciones en torno a un antiguo tema: la venta de la vieja mansión de Sir Rogers Chandler, la cual, por azar, había pasado a la propiedad de Mr Howards, quien había contraído matrimonio en extrañas circunstancias con la hija del propietario, un conde siniestro venido a menos en tiempos modernos.
Sir Rogers tenía el poder de reunirse con las viejas glorias de la familia, las cuales desfilaban en forma de retratos convenientemente alineados a lo largo de la empinada escalera que transportaba desde el primer piso hasta el desván, en la torre central de la casa. Todos los retratos, por poco observador que se fuese, tenían en común algo: la mirada del más allá. De los ojos de cada personaje salían torrentes de misterio indescifrable, que envolvían al observador y lo trasladaban a la irrealidad, pues tal era su poder para suprimir de un plumazo el presente. Uno, al detenerse en cada peldaño para mirar los retratos, era subyugado por esa fuente de atracción que desprendían las miradas de cada personaje. Y así fue cómo Mr Howards se enamoró de la dama del vestido de seda verde y cabellos dorados que presidía el centro de la escalera.
La primera vez que llegó a la mansión fue fruto del azar. Él, de profesión abogado, debía visitar a un importante banquero de la zona, pero ese día, soleado y magnífico a las primeras horas de la mañana de un inusual invierno, se tornó oscuro y tenebroso al declinar la tarde. El carruaje de caballos en que viajaba perdió una rueda y se desengancharon los caballos, que huyeron despavoridos al primer trueno y relámpago que iluminó la noche. En vista del fuerte aguacero y vislumbrando la mansión de los Chandler, Mr Howards se allegó a la puerta de la casa. Y cuando fue conducido al cuarto de invitados que amablemente le ofrecieron para pasar la noche, allí, en ese descansillo de la imponente escalera con artesanados de madera oscura que crujía bajo sus pies, encontró la que sería el amor de su vida.
La luz de la habitación contigua se encendió de pronto, a pesar de que aparentemente, nadie la ocupaba. En plena noche, Mr Howards salió de su cuarto y se adentró en aquel otro del ala izquierda de la casa, fuertemente atraído por su luz. Y allí, sobre un diván, estaba la dama de la mirada misteriosa y profunda del cuadro de la escalera.
Pocos días después, contrajeron matrimonio en la pequeña capilla de la casa, cercana al cementerio. Y esa misma noche, Sir Rogers murió. El doctor Madison certificó el deceso. Y ese día, la luz que iluminaba la habitación del ala izquierda se apagó. Mr Howards, después del entierro y  después de recibir el pésame de los del lugar, retornó a la casa: solo pensaba en estar a solas ya con su dama. Buscó por todos los rincones, subió y bajó las escaleras para verla, pero ella no estaba, ni siquiera el cuadro con su retrato. En lugar de este se hallaba el retrato de Mr Rogers, con la mirada del más allá, y al fondo del cuadro, una luz: la del cuarto en que halló a la dama del vestido de seda verde y cabellos dorados.
                                                                                               
                                                                                                                                                   Ana Luz